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Reunión

  • David Barzallo-Guaraca
  • 4 jul 2017
  • 8 Min. de lectura

Reunión

Ilustración: Juan Pablo Dávila

I

  • ¿Sabes cuál es el problema de nuestra generación? (Es posible que haya dicho cuál es el problema con nosotros, pero estaba ya muy borracho, y a veces es mejor recordar las cosas con un poco de épica) ¿Ah? ¿Sabes cuál es el problema?

  • Que somos unos so-bre-con-cien-cia-dos de mierda jajaja. ¿Me entiendes? O sea, cuando crecimos nos llenaron, ¿si me entiendes? o sea…nos saturaron el mate de información, de to-da-la-in-for-ma-ción-po-si-ble... Como si abrieran un grifo y con nosotros ahí, debajo. Con la boca abierta, llenándonos, aaghhhggg…somos los niños del cable cachas? jajaja después fuimos los adolescentes del internet… y todo ahí tan cerca. Como si nos hubieran soltado en un mar...o en una estepa. Pero no todos lo entendieron. O sea algunos si lo entendimos, pero otros, los idiotas, los que siempre han sido idiotas no lo entendieron.

  • Ya…

  • Párame bola chucha, que te digo en serio: a nuestros padres no les dejaban pensar. O mejor dicho no les dejaban imaginar. O sea la curiosidad ¿me entiendes? Todo estaba más ordenado, estaba más claro, más limitado. Las distancias, los roles. Cachas que mi viejo casi no escuchaba rock, o sea que pensaba que el rock era una cosa así imperialista, ¿cachas? Y mira que mi viejo leía. Leía, pero tampoco leía unos comics ponte. Nada que ver. Marvel, Star Wars o sea todo eso era el imperio jajaja. Y no era solo mis viejos o tus viejos, eran todos, o sea como una conciencia desconectada. Había que hacer plata o había que ser militante. Una cosa u otra. O había que ser militante y después hacer plata, pero esa gente nos crió a vos, a mí, a todos, o sea esa gente nos crió y como tenían miedo de explicarnos un mundo que no entendían, a nosotros nos abrieron el grifo, nos soltaron… y allá...que aprendamos por nuestra cuenta ¿ya me entiendes?

  • No loco, realmente no te entiendo… y a tu viejo si le gusta el rock. Yo me acuerdo de haberle visto cantando y…

  • ¡Eso es lo peor de todo! que ahora si le gusta el rock, y claro, ahora es un sibarita y colecciona vinos y comenta películas y toda esa mierda, pero cuando se emborracha con sus amigos de la Universidad y se ponen a conversar de cuando eran jóvenes, y rebeldes… ahí se acuerdan de cómo iban de radicales y se celebran y lloran y todo... ¿Pero vos sabes qué cosa era ser radical en su época? No saber na-da jajaja… O sea vanagloriarse por haber leído algún panfleto universitario por ahí o por haber escuchado alguna canción protesta y haberse aprendido la letra.

  • Cuatro tragos y te sale lo facho a vos

  • No me jodas, chucha, que vos sabes lo que te digo. Mucha canción protesta, mucho Che-Guevara, mucho hombre nuevo y acá estamos los hijos de toda esa gente, abandonados a nuestra suerte, jodidos, desempleados, frustrados. ¿Vos crees que a mí me gustaba ese colegio? ¿Vos crees que yo disfrutaba ir a clases con esa gente violenta, con esos profesores limitados, con esa bola de idiotas y de mediocres que teníamos por compañeros? Si algo hicimos con nuestras vidas no fue gracias al colegio ni gracias a esa gente. ¿Sabes por qué vos y yo hicimos algo con nuestras vidas?

  • Porque somos unos so-bre-con-cien-cia-dos

  • Exacto, vos me entiendes…exacto…por haber entendido todo demasiado pronto, por eso…exactamente por eso…aguántame un chance…ábreme cancha…me siento mal…aguántame...cuidado…no les despiertes…


Mientras el gordo vomita en el diminuto baño contiguo, yo me asomo un poco a la ventana, para calcular la hora. Todavía no termina de amanecer, y el foco de la lámpara en la esquina contrasta con la inminente luz de un día despejado y frío. -¿Qué hora es? ¿Las 5, las 6? ¿Cuánto tiempo llevo escuchándole a este gordo de mierda? ¿Dónde está todo el mundo?- Los pensamientos se amontonan en mi cabeza como dardos lanzados desde adentro. Me duelen los ojos cuando intento abrir un poco más las pesadas cortinas para dejar que entre la luz.


La habitación parece una zona de guerra. Las botellas vacías están amontonadas junto a otras a medio terminar. Hay pedazos de pizza sobre el colchón y en la alfombra, vasos rotos, flores pisoteadas. Los cuadros de la pared han sido removidos y en su lugar alguien escribió nombres con un marcador. La televisión está prendida pero en silencio, y sobre el mueble ha quedado desparramada la perica que no se terminaron y las colillas de tabaco regadas. Alguien duerme debajo de las sábanas, pero me da miedo averiguar quién es. -¿Cómo llegamos acá? ¿Cómo llegué yo acá en primer lugar?- Me cacheo. No me falta nada. El gordo sigue vomitando en el baño y yo sigo muy borracho como para pensar con claridad. Me tumbo sobre el borde de la cama con la delicadeza de un gato borracho para no despertar a los cuerpos que respiran debajo de la sábana. –quien duerme aquí…en serio-

  • Vamos. Concéntrate.

-Está bien. Vamos a ver. Anoche, luego de la fiesta por el reencuentro de la promoción, el gordo, yo y un puñado de compañeros vinimos porque buscábamos un lugar para el remate. Estábamos 5 o 6. Ya íbamos borrachos… luego el gordo nos ofreció su departamento porque era el único que en ese rato estaba viviendo solo...- Es todo lo que recuerdo por ahora. La cabeza me duele todavía. –Mierda, ¿dónde está mi mochila?- Nuevamente me incorporo para aguzar la vista. Hay ropa en el piso, y los chalecos del antiguo uniforme de colegio están desparramados del otro lado de la cama. – ¿dónde estará el bluyín?-. Rodeo delicadamente la cama. –nada va a despertar a quien esté durmiendo bajo las sábanas- El gordo ya ha dejado de vomitar, y es como si alguien hubiera dejado en completo silencio la película cuando de repente lo veo: al fondo, junto al espejo, colgado en una silla está el jodido blue jean que provocó todo esto.


II


Cuando el desfile finalmente llegó a las puertas del colegio, la mayoría de mis ex-compañeros ya estaban del todo borrachos. El patio central era un jolgorio donde las autoridades y los profesores nuevos y los antiguos profesores y hasta el alcalde (que había sido un mediocre alumno de la generación del 82´, la de mi viejo) se abrazaban y celebraban los 135 años de fundación del “Nicanor Peralta Vázquez El Grande”, colegio donde me gradué y donde se graduó mi mamá y mi papá y donde se graduó también el Gordo, que fue mi compañero desde segundo curso, cuando vino a vivir de Guayaquil.


Al gordo no lo trataban muy bien. Durante los 4 primeros años casi no se llevó con nadie, excepto conmigo, y la mayoría de veces le robaban la plata del recreo o le dejaban encerrado en los baños, o llenaban de mierda de vaca su mochila, o le metían tubos de ensayo en los pantalones sin que se diera cuenta. Cosas así. Al principio no entendía por qué se dejaba. Siempre fue el más alto de la clase, y además no era particularmente aplicado en nada, así que tampoco era el nerd del curso. De hecho el nerd del curso era yo, y tal vez por eso era su amigo.


Con el tiempo me fui dando cuenta que el gordo tenía otros intereses, y que por eso lo del colegio no le importaba demasiado. Era como un peaje que el tipo aguantaba estoico porque su verdadero partido estaba en otra parte: en la fotografía. En esa época era un fotógrafo bastante mediocre, pero tenía una voluntad irresistible que poco a poco fue venciendo a su natural falta de talento. Hasta que un día, el Javier, el chino y el Lucas, los abusones del colegio, le jugaron una broma que fue demasiado lejos: Un jueves, luego de la hora de deportes que a veces teníamos en la piscina recién remodelada, alguien se metió en el casillero del gordo y sacó toda su ropa mientras el pobre se estaba bañando. No contentos con eso, lanzaron parte del uniforme a la piscina mientras que a los zapatos y a los pantalones los untaron con pega cemento y los dejaron en la mitad del patio. Los pantalones eran lo que más nos gustaba de nuestro uniforme: unos jean azules, versátiles y muy cómodos, diferentes a los pantalones de tela que usaban todos los otros chicos de la ciudad. Uno podía escaparse del colegio y andar en camiseta sin que nadie lo notara. Cuando el gordo se dio por fin cuenta de lo que habían hecho se encerró en el baño. Lo encontró el conserje, casi 3 horas después, temblando de frío y de odio. Al día siguiente nadie fue castigado. Yo fui quien retiró los zapatos y el pantalón, que por el calor se habían ya pegado al pavimento y que al desprenderse se llevaron impregnada parte de la cal y de la pintura amarilla que delimitaba la cancha.


Lo que ocurrió a partir de ese día fue asombroso. El gordo se vistió con el mismo jean durante el resto del mes. Tenía la zona de las nalgas rota (porque en ese lugar habían colocado demasiado pegamento) y también parte del muslo ajado. Toda la zona posterior izquierda estaba embadurnada de pintura amarilla y en la pierna derecha habían quedado pequeños agujeros rodeados de manchas de cal. El gordo nunca lavó el pantalón que, además, había quedado totalmente rígido y acartonado.

Nunca olvidaré el rostro de los profesores, de los inspectores, del rector, y de los compañeros cuando el lunes siguiente, puntualmente, justo después de que el timbre anuncie el inicio de la hora nacional, justo en medio de la formación militar con la que nos disponían para cantar el himno, apareció el gordo en las gradas del patio, alto y grade como era, con el sol recién nacido golpeándole a contraluz, como un tribuno romano, con una elegancia y un porte que jamás le había conocido. Fue descendiendo los escalones con su blue jean roto y ajado, sin arrastrar los pasos, casi flotando, hasta que finalmente se cuadró al frente de todos los alumnos y con la mirada severa recorrió al grupo de abusones que el jueves anterior lo habían encerrado porque, desde luego, todos sabíamos sus nombres. Los murmullos y las risas que despertó su presencia fueron calmándose a medida que el gordo se iba acercando, hasta que finalmente no se escuchaba nada más que el tráfico lejano de la avenida. No se cuánto tiempo se les quedó el gordo viendo, sin pronunciar palabra, pero se sintió como si pasaran siglos. Después se dio media vuelta, y regresó a la formación. Nadie, nunca, volvió a meterse con él.


Unos meses después nos graduamos, yo entré en la Facultad y perdí contacto con prácticamente todos. Todavía no habían llegado las redes sociales, y a mí no me interesaba el teléfono celular. Por eso fui de los últimos en enterarme del desfile por los 135 años del colegio.

Hacía 16 años que no nos habíamos visto. Más de la mitad del curso ya no vivía en la ciudad, y muchos estaban desde hace años en el extranjero. De los que llegaron, no pude reconocer a unos cuantos, pero al gordo lo reconocí enseguida, pese a que su viejo apodo ya no le hacía honor: llevaba puestos los mismos blue jeans rotos y manchados que lo habían vuelto célebre. Además, estaba extremadamente cordial y afable. En poco tiempo nos dimos cuenta de que el gordo había terminado siendo el más exitoso de toda la promoción. Se encargó de llevar el whisky que nos acompañó durante el desfile, pagó la comida que nos servimos en el patio del colegio e inclusive encomendó un ramo enorme de flores, para que lo porte la madrina que encabezaba la delegación de nuestro curso. Además iba sirviendo los tragos, de modo que al llegar al colegio los únicos que no estábamos totalmente ebrios éramos él y yo. Entonces, me tomó de los brazos, y me confesó:

  • Llevo 16 años esperando este día. Asegúrate de que el Lucas, el Javier y el Chino lleguen al remate en mi casa.

Un par de horas más tarde ya nos estábamos embarcando hacia su departamento. Llegamos antes de las 8 de la noche. Compramos comida y más trago y más trago y más trago. La gente comenzó a irse, hasta que al final solo nos quedamos 5. El Lucas, el Javier, el chino, el Gordo y yo. En un momento de la noche, el gordo les retó a que se probaran el blue jean roto. Borrachos como estaban todos se quedaron en bolas mientras se turnaban y posaban con el pantalón ajado. Ahora lo recuerdo todo. Ahora recuerdo lo que el gordo me dijo al salir del colegio “que no se vayan estos tres, loco, que no se vayan”

El gordo ha salido por fin del baño. Un destello inquietante corona sus ojos. Nos miramos por un rato en silencio. Luego, el gordo retira la sábana que cubría la cama. El Lucas, el Javier y el chino yacen desnudos y dormidos. El gordo prepara la cámara. Salgo del cuarto antes de que empiece a disparar.


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Un laboratorio es un espacio provisto de instrumentos y protocolos ideados para realizar experimentos en cualquier área del conocimiento, con la intención de revelar y explicar fenómenos que ocurren en nuestra cotidianidad y que normalmente están ocultos. El Laboratorio NERV propone hacer una revisión de esa realidad oculta a través de las propuestas de varios ‘científico-escritores’ que desde sus senti-pensares dibujan las posibilidades de un mundo posible y otro escondido; la poesía, el ensayo, las fotos, los dibujos, las ilustraciones, los cuentos y la novela son todos instrumentos para la experimentación científica.

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