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Más allá de Saraí, el ser humano

  • Paola Pasaco
  • 4 jul 2017
  • 10 Min. de lectura

Daniel limpia sus tacones favoritos.

Es un martes lluvioso de junio. Estoy de pie afuera del Teatro Casa de la Cultura de Cuenca, esperando a mi compañero Sebastián para entrevistar y fotografíar a Daniel Moreno, el ser humano más allá del pionero del teatro drag en el Ecuador, que a las 20h00 se presenta con su obra “Amores a la Distancia”, como obra de apertura del II Festival de Artes Escénicas de Género “Cuenca LGBTI”. Volteo buscando un hombre moreno, de estatura promedio, ojos saltones y sonrisa contagiante, pero no está. Al contrario, veo salir a Paola Romero, Carlos Loja y Nelly Puma, organizadores del festival, quienes me invitan a pasar al camerino a esperarlo. Mientras camino recapitulo las preguntas, los temas para conversar con Daniel intentando aliviar el nerviosismo que me recorre porque esta es mi primera crónica y él tiene tanto que contar. Más tarde él me dirá que en su primera obra drag temblaba de los nervios pero cuando se abrió el telón supo que:


“No hay oscuridad más grande que la de un escenario y el amanecer más bello que la primera luz que se enciende en el escenario”

Al rato que estoy en los camerinos, llega Sebastián y, minutos después, Daniel apresurado y un tanto preocupado porque tiene problemas para descargar la música de la obra, que le fue enviado por “whatsapp” pero que desafortunadamente no tiene en su celular. Quiteño, acepta que cuando fue a estudiar a España no sabía lo que era un “drag queen”. Preguntó en clase y uno de sus compañeros se burló diciéndole:


'¿En tu país no hay hombres que se vistan de mujer?"


A lo que él respondió:


"¿Travestis? Sí, claro"


Ambos significan transformarse a los atuendos y ademanes del género contrario al suyo. El/la travesti es una persona que ocasionalmente viste y actúa como el otro género, guiado por un deseo subjetivo, para un gozo personal. El drag queen, hombre, y la drag king, mujer, es un artista transgresor que a través de su exagerada actuación cuestiona la norma social que rige a los géneros, femenino o masculino, desde la política, la religión, la cultura o la estética e incorpora dimensiones como la violencia, la discriminación, la sexualidad, entre otras. Por ello, Daniel, además, es un activista de los derechos de la comunidad LGBTIQ, que con sus obras ha reflejado a la sociedad nacional e internacional la discriminación, la violencia, la sexualidad, el amor, la convivencia, la doble moral, la lucha constante, la diversidad, el machismo y la homofobia. Daniel tiene el cuerpo gordo, el cabello negro, rapado a los lados con un mechón medio largo que baja por la mitad de su cabeza, camina con la espalda derecha y a paso rápido. Está atrasado; tiene media hora para maquillarse y tomar el cuerpo, la postura y la voz de su personaje “Saraí Vasó”. Empieza el traqueteo.


Sobre él

En el labio superior tiene una cicatriz de cuando su difunta ex-pareja, le arrancó un pedazo cuando peleaban y fue mordido. Para verla hay que fijarse bien o saber que la tiene.

En tanto acomoda la escenografía con objetos que va a utilizar en la obra cuenta cómo a sus trece años vivió dos procesos que marcaron su vida: la separación de sus padres y reconocerse como homosexual. En las cinco sillas de asientos color vino, ya envejecidas, va colocando en orden una corona con brillos verdes y naranjas, una boa de plumas naranja, sus tacones negros de taco cuadrado de 20cm, una maleta grande llena de cosas, un espejo y un celular. Creció en el seno de una familia conservadora y machista junto a tres hermanos, dos mayores y uno menor, que se dividió al final de un ciclo cargado de violencia y tortura psicológica. Además, calcula que tiene cerca de quince medios hermanos, que no conoce.


Se agota tiempo de preparación, detenemos la entrevista. Bromea, juega, no pierde su buen humor, más ahora que tiene dificultades técnicas con la música y le toca improvisar.


“Ayúdame escribiendo, te dicto…”, “Prende ese incienso porfa…”,

“¿dónde está el vaso?...”, “¡Romina! Préstame tu rasuradora…”,

“Sé mi reloj y dime cómo voy de tiempo…”


En dos de los tres camerinos están Romina, presidente de sus fans, Marcía, la compañera y amiga que en estos momentos hace de asistente y sus colaboradores y amigos cuencanos. Antes de acabar con los detalles de su maquillaje, Daniel me dice que como drag queen ha tenido la fortuna de ser halagado dos veces (entre las muchas formas que hay): uno, tener a alguien que quiere seguir sus pasos, acompañándolo y ayudándolo siempre en todas sus presentaciones. Se detiene a pensar e intenta no llorar porque sabe que en el otro camerino está esa persona, “Romina”, pero sonríe y se alivia. Y dos, cuando el público le cantó a capela “A quién le importa” para que él hiciera la fonomímica.


Me cito con él en el departamento de su amiga donde está hospedado. Ha lavado la ropa y sus títeres y los ha colocado en los sillones junto a la ventana para secarlos. Se pone cómodo.


Describe que su padre era un “buen machista”, por cualquier cosa insultaba a su esposa y golpeaba a sus hijos. Uno de los momentos más fuertes que tuvo con su papá fue un día en que llegó de la escuela y, cual ritual, subió a su cuarto a cambiarse el uniforme. Agotado por la clase de cultura física del medio día, no soportó el sueño y se durmió. Su papá lo llamaba desde el comedor que daba justo debajo del cuarto. Daniel no podía responder, ni menos acudir de inmediato al llamado de su padre, como es “deber” de los hijos: “obedecer a la primera”. Quería que vaya a comprar una “cola”, se impacientó, fue a él y con la correa en la mano de un sólo ¡juaazzz! lo hizo despertar. El guagua estaba en calzoncillos, somnoliento y adolorido. Intentó vestirse pero su padre no lo dejó. Dos correazos más y con empujones lo sacó a la calle y lo llevó a la tienda. Cuando regresaron a la casa, su madre enfureció al ver la escena y una nueva pelea comenzó. Los ojos se le hacen agüita. Con coraje y tristeza dice:


“…Pero es un absurdo cómo un ser humano puede humillar a otro ser humano de diferentes maneras… y es tu hijo”.


Su mamá se separó y puso la demanda de divorcio y alimentos. En el juicio, el padre de Daniel dijo frente a la jueza que ellos no eran sus hijos. La negación de su padre hizo que cambiará su nombre real, que es Byron, por Daniel, el nombre de su abuelo, y adoptara el apellido de su madre, Moreno.


“…el día en que se fue pudimos respirar y empezar de cero”.


Guarda silencio.


Daniel no olvida a su hermano Pablo tallando un ladrillo, haciendo un surco para poner la niquelina de una plancha para hacer un reverbero eléctrico. Ni de su madre reciclando las ollas donde estaba la leña para cocinar la comida. De él haciendo adornos de cerámica y vendiéndolos a sus vecinos para “sacar para la comida”. Hoy en día tiene 43 años y regresó a vivir con su mamá después que su ex pareja vendiera su casa y negocio a sus espaldas.


Daniel no es un monstruo

De los 30 años de carrera artística, ha dedicado 19 al teatro drag.

A los 13 años se dio cuenta que le gustaba su profesor de cerámica. Aquel fue el día en que supo que era homosexual.


“Ahí es cuando te llenas de temores porque te consideras el bicho raro y el animal más extraño del mundo.”


“¿Tus compañeros se dieron cuenta?”, le pregunté.


“Debo aceptar que yo era bien patán y maldito… Cuando te dicen “maricón” y tú les respondes “SI” en la cara, es lo peor que le puedes decir a un heterosexual porque le quitas su argumento. Le quitas el poder de burlarse”.


Guiado por dudas y curiosidad, Daniel buscó la razón de su ser. Sabía que en su entorno familiar no podía preguntar, así que acudió a los libros. La charla se vuelve seria, pausada pero intensa. Lo primero que buscó fue la palabra “marica”, debido a la connotación social de aquel hombre afeminado, que quiere ser mujer porque le gustan los hombres. Era la única base que tenía para entender lo que sentía. Pero en los libros encontró: “pedófilo”, “enfermo”, “psicópata”, “el violado”, “el traumado”… Se desplomó, se decepcionó de sí mismo porque creyó que era un monstruo y que se convertiría en esa clase de persona; una que hace daño. Enfrentándose solo a su homosexualidad, buscaba alguien que lo entienda, quien pudiera explicarle lo que sentía y que lo liberara de esa constante incomodidad frente a su familia y los demás.


“…Al igual que muchos amigos y muchos compañeros homosexuales, me cruzó por la mente el suicidio a los trece años”.


Su primer amor lo tuvo a los catorce con Franklin, diez años mayor. Daniel dice que fue bendecido al conocerlo porque Franklin primero fue su amigo, después su compañero y luego su pareja. Lo conoció en un bus, era vecino de su abuela, lo iba a ver al colegio en su auto y le ayudaba con sus tareas de matemáticas. Ríe.


“Fue mi primer amor; en toda la extensión de la palabra”.


Franklin se tomó el tiempo y la paciencia de conocerlo, de enseñarle qué estaba bien y qué estaba mal, de decirle que no debía temer enfrentarse a sí mismo, a amar sin agresión. Franklin fue la luz que necesitaba. Y fue además quien le dio las herramientas cognitivas para enfrentarse al machismo institucional de su colegio; el Instituto Nacional Mejía. Su relación duró dos años hasta que Franklin tuvo que regresar a su ciudad a vivir la heteronormatividad que su familia le había impuesto. Suspira.


Un pequeño Brodway en Quito

A través de sus obras, Daniel quiere reflejar las historias suyas y de sus amigos acerca de la segregación que vive la población LGBTIQ.

Desde niño le gustó el teatro; participaba en todas las actividades artísticas de la escuela. Su mamá, María Esperanza, le hacía los trajes; trajes de reciclaje. Daniel junto a su ex pareja, Manuel Acosta, compraron una propiedad cuyo destino era convertirse en un espacio cultural para la comunidad gay, en una ciudad que sólo les ofrecía discotecas y sexo.


El lugar se llamó “Dionisios: arte, cultura, identidad” y lo abrieron en 1998, en Quito. Daniel se emociona acordándose que en las primeras presentaciones estuvieron: el grupo de teatro “Espacio clave”; el grupo de clown “Cronopio”; “Entretelones” dirigido por Patricio Guzmán Masson; “Piloso y Malatinta”; la Compañía Nacional de Danza; y el Ballet Ecuatoriano. Así fueron aumentando los artistas que se presentaban en el Dionisios y con ellos un público exclusivo de él.


“Empezamos a tener un movimiento cultural para la comunidad gay, dentro de un espacio gay, desde la visión heterosexual”.


El primer grupo de teatro drag de Dionisios lo formó en 1999 con ocho chicos, entre bailarines y aficionados, que tenían ganas de hacer drag queen. Sus estudios en España, en los “Talleres de Formación de Canal Uno de televisión española”, con José Luis Bañon, sobre vestuario, escenografía y maquillaje para teatro, le permitieron crear un nuevo mundo en la escena quiteña y ecuatoriana del teatro. Daniel comenzó en Dionisios siendo vestuarista, maquillista, escenógrafo, una especie de todólogo. Cuenta que él construyó el Dionisios adaptándolo según las necesidades de las obras y el nivel de complejidad que él insertaba: por ejemplo, construyó un sistema de agua en el techo que creaba la ilusión de lluvia, creó sistemas de pirotecnia con efectos de fuego y de humo y creó dos escenarios que le permitían cambiar la tramoya una vez cerrado el telón. Junto a ello, los talleres, la preparación y la minuciosidad del trabajo hicieron posible que el teatro drag sea visto de otra manera.


La primera obra en la que actuó con un personaje drag fue en “Trasvesturas”, una obra que nació de un juego de improvisación y que además fue la primera obra dramatúrgica larga que escribió para Dionisios, en el 2000. Se dio cuenta que había tanto por contar, que siguió escribiendo y nacieron entonces: “La convención anual de los monstruos”, “La telenovela de las chicas cocodrilo”, “Con sabor a veneno”, “Escrito con sangre por un poeta loco”, “Incoherencias del alma”, “Mujer de casa” y “Umbral de Flores”. En total ha escrito 55 obras, todas basadas en hechos reales, que vivió Daniel o que vivieron sus amigos y compañeros. Su trabajo no ha sido, ni es, fácil, en una sociedad marcadamente prejuiciosa y homofóbica.


En 2015, Daniel perdió la propiedad del “Dionisios”, y con ella también su departamento, porque su difunta expareja la vendió a sus espaldas, luego de que terminaron su relación. Los compradores del inmueble al no poder desalojarlo de la casa de forma legal, metieron en ella 2 pistolas, más de 160 sobre de cocaína, marihuana y base de cocaína, evidencia suficiente para condenarlo entre 8 a 16 años de cárcel. Sin embargo no perdió la calma y hasta cuenta que el día de la audiencia con el Fiscal bromeaba de las acusaciones que le hacían. Sus años de trabajo no fueron en vano porque resultó que el Fiscal de su caso conocía a su hermano y además, en su juventud, había asistido a las obras en el “Dionisios” como parte del pensum de estudios de su carrera. Como el Fiscal conocía a Daniel y conocía el trabajo que se hacía en el “Dionisios” dictaminó orden de arraigo y prisión domiciliaria para Daniel. Pero la pesadilla continuó porque al regresar a su casa encontró las chapas y puertas cambiadas y todas sus pertenencias, personales y del “Dionisios”, botadas en la basura: maquillaje, escenarios, vestuario, equipo técnico, utilería, mesas, joyas, vajilla, computadoras, todo a la calle. La pérdida de todo lo que construyó en 30 años de carrera artística le trajo problemas a su salud, a pesar que él trataba de entregar lo mejor de sí y continuar, pero su cerebro no lo soportó. Sufrió un derrame que lo dejó en recuperación siete meses, lo dejó endeudado y ensució el nombre de “Dionisios”, por el cual ahora está luchando por recuperar la credibilidad de él como actor y de “Dionisios” como espacio.


En los 80's Daniel perdió a muchos amigos y compañeros LGBTI por el estigma y el odio de la sociedad, y gracias a la persecución, tortura, encarcelamiento y asesinato contra las personas sexualmente diversas, durante el gobierno de León Febres Cordero. Tratados como delincuentes, en los 90's, la diversidad sexual tenía que esconderse porque en ese entonces el Art. 516, del Código Penal, en su primer inciso, establecía que “las relaciones homosexuales consentidas entre adultos serán castigadas con reclusión de cuatro a ocho años” y fue una gran victoria cuando el 25 de noviembre de 1997 este artículo fue derogado. Hoy, persiste la persecución y la discriminación; en Ecuador existen cerca de 200 clínicas de “deshomosexualización”; aspectos como el trabajo, la salud, la educación, la convivencia, la seguridad, la homofobia, los discursos de odio, la adopción o el matrimonio no han sido conquistados por completo desde la política pública local y nacional. Daniel seguirá adelante, tocando la conciencia de las personas a través de su arte, que ahora lo veremos desde las plazas, los bares desconocidos, los nuevos festivales y, como antes, en los grandes escenarios.


Todas la Fotos por Sebastián Machado.

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